Dios está muerto? Una reflexión desde la fe católica
La expresión "Dios está muerto" se asocia comúnmente con el pensamiento del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, quien la formuló en el siglo XIX. Esta frase, cargada de provocación, no hace referencia a un hecho físico o teológico, sino a una percepción cultural: la pérdida de influencia de Dios en la vida pública, en la moralidad y en la conciencia moderna.
El término técnico para referirse a esta corriente es teo-tanatología (del griego theos, Dios; thanatos, muerte; logía, estudio). Es una visión filosófica que intenta describir una era posreligiosa, en la cual la idea de Dios ha sido marginada o considerada innecesaria para explicar la existencia y orientar la vida humana.
Nietzsche, influido por la filosofía griega y por las corrientes evolucionistas de su tiempo, escribió:
> “Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado. ¿Cómo podremos consolarnos, los asesinos de todos los asesinos? (…) ¿No debemos nosotros mismos convertirnos en dioses para parecer dignos de ello?” (La gaya ciencia, 125).
En el fondo, su propuesta era sustituir la moral cristiana —que él consideraba una invención para controlar a los débiles— por una “moral de señores”, creada por el hombre autónomo, libre de toda norma trascendente. Esta visión alimentó corrientes como el existencialismo, el nihilismo y diversas formas de pensamiento ateo del siglo XX.
Sin embargo, desde la fe católica, esta afirmación es radicalmente falsa. Dios no está muerto. Dios es —como lo revela Él mismo a Moisés: “Yo soy el que soy” (Éxodo 3,14)—, y en Cristo, Dios mismo ha vencido a la muerte:
> “Yo soy el que vive. Estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 1,18).
La Iglesia enseña que Dios es eterno, inmutable, fuente de toda vida y sentido (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 199-202). Negar su existencia o declararlo “muerto” no suprime la verdad, pero sí oscurece la comprensión del hombre sobre sí mismo, su origen y su destino.
Cuando se elimina a Dios del horizonte humano, se abre paso al relativismo moral, al vacío existencial, y a la tentación de erigir al hombre como su propio dios, repitiendo el engaño original del demonio: “seréis como dioses” (Génesis 3,5). San Pedro advierte:
> “Habrá falsos maestros entre vosotros, que introducirán herejías perniciosas, y aun negarán al Señor que los rescató…” (2 Pedro 2,1).
Lejos de ser una conclusión racional o liberadora, la negación de Dios lleva a una crisis de sentido. La fe, por el contrario, ofrece una respuesta integral: el hombre no es un producto del azar, sino imagen y semejanza de Dios (Génesis 1,27), creado por amor y para el amor eterno.
El Papa san Juan Pablo II afirmó:
> “Sin Dios, el hombre no sabe adónde ir ni tampoco logra entender quién es” (Redemptor Hominis, 10).
En definitiva, la frase “Dios está muerto” revela más sobre la desesperanza del hombre moderno que sobre la realidad divina. Como dice el Salmo:
> “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmo 14,1).
La Iglesia proclama con alegría que Dios no sólo vive, sino que está presente, cercano, y llama a cada ser humano a una comunión eterna con Él en Cristo Jesús, muerto y resucitado por nuestra salvación.
Comentarios
Publicar un comentario